Hacer dormir a un hijo,
es querer a veces ver nacer
nuevos sueños,
ahuyentar pesadillas,
componer nuevas y bellas fantasías.
Es un reto convencerlos
de que el día tan bello
que han visto se ha terminado,
¿es posible que mañana sea mejor?
parecen decir sus ojos.
En esos años el día comienza
entre fuegos artificiales,
en ausencia de preocupaciones baratas.
Que importa nada,
importa que ha amanecido.
Y amanecemos con la almohada
encajada en nuestra cabeza,
y el desayuno
no es más que la confirmación
de que nos amamos locamente,
incluso sin palabras.
Y con ellos es la felicidad
la que nos abraza a cada segundo,
con ellos no se puede
más que agradecer que otro día
viene en camino a decirnos
que ellos han nacido, que ahí están...
shhhhh, que es hora,
que los sueños no esperan,
que mañana amanecerá soleado,
aunque nubes,
sus ojos abrirán el cielo.