Mira que las botellitas vacías
en los escritorios del hotel
(de todos lo hoteles)
ya no parecen tan tristes
cuando están solas.
Así tampoco el viajero
que gusta de ellas, de esas,
me refiero a las botellitas
solitarias y vacías de los hoteles.
Y el viajero medio cantante,
medio poeta y bastante cabrón,
ya no le importa un rábano
ni esa puta costumbre
de esconderse entre los ribetes
de la entrega matutina,
de la duda en las tardes,
y de la sorpresa nocturna.
Mandará al rato esta habitación
a la mierda, porque da lo mismo,
porque podría estar en cualquier
ciudad del mundo, y seria igual,
la botellita quedaría vacía
triste, sola y bella,
sobre el escritorio.